Confesiones Nintenderas: 25 años de la Super Nintendo en América

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La Super Nintendo cumple hoy 23 de agosto un cuarto de siglo de lanzamiento en tierras americanas y caí en la necesidad de redactar un escrito que le haga, si quiera, un pequeño homenaje a su historia. No voy a colocar aquí datos estadísticos ni la publicidad que tuvo contra Sega, pues cuando uno es niño y más aún, un niño sudamericano, lo que nos llegaba eran solo las consolas y los juegos, guiándonos por el boca a boca sobre cuál juego era mejor. Más bien, quisiera compartir en este espacio cómo fue mi experiencia con la Super Nintendo cuando niño, pues fue la primera  consola que tuve, la que modeló mi forma de ver a los videojuegos y en especial, por ser sinónimo de mi niñez.

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Desde que tengo memoria, los videojuegos formaron parte de mi vida. Los primeros que probé fueron los de computadora bajo MS-DOS, como Prince of Persia, Sokoban o Pacman. Tendría tal vez 5 ó 6 años cuando el paradigma que había interiorizado sobre los videojuegos cambió totalmente: jugué a la Super Nintendo. ¿El contexto? El cumpleaños de un primo en el Rímac. Su mejor regalo había sido justamente la consola de la Gran N y para celebrar tamaño mérito, decidió estrenarla en frente de todos los ojos envidiosos y curiosos presentes, los míos incluidos. Digo que todas mis prenociones entraron en conflicto porque cuando fue mi turno de jugar Super Mario World, mi concepto de cómo jugar no pudo adecuarse al extraño objeto que me acercaban a mis manos. El mando. Yo había sido criado por el teclado y el ratón y no entendía qué hacer ni qué hacía cada botón. Mi primo, mayor él, me apuraba y los demás niños también, no era tiempo de ponerse dubitativo pues todos querían probar la extraña máquina gris. El resultado era esperable… Mario terminó cayéndose en el primer barranco de los niveles iniciales. Presto, mi primo me quitó el mando con rudeza y se pasó el nivel como si conociera el nivel de antemano. Y tal vez haya sido así.

Mi niñez tuvo como escenario un barrio marginal de Lima como San Martín de Porres y tener una consola de videojuegos era un lujo innecesario que nadie si quiera lo tenía por su cabeza. No conocía a nadie que tuviera una, ya tener una computadora era de por sí algo extraño. Pero la vorágine de los videojuegos estaba llegando ya con fuerza a esta parte de la ciudad, mucho se hablaba de Mario y de otros tantos juegos que hay son considerados de culto. Naturalmente, algunos de mis vecinos decidieron hacer empresa e inaugurar en sus salas o cocheras espacios de alquiler de Super Nintendo. Uno lo inició todo y pronto se abrieron 4 ó 5 más en la manzana, todos ellos ofrecían 1 hora de juego por 1 sol y 30 minutos por cincuenta céntimos. Con mis primos maternos asistíamos constantemente a estos locales, donde conocimos decenas de juegos nuevos para nosotros tales como Donkey Kong, International Super Star Soccer, Teenage Mutant Ninja Turtles IV, Contra, Joe & Mac, Super Bomberman 3, 4 y 5, Goof Troop, Looney Tunes B-Ball, Mortal Kombat, Killer Instinct… todos estos juegos multijugador. Quizá no era tan rentable para mis vecinos emprendores adquirir juegos de 1 jugador como The Legend of Zelda u otros RPGs que marcaron hito en la industria.  En estos casos, mientras más lleno se viera tu local, era mejor. Lo que más recuerdo de estos años de mi vida eran los mandos que se malograban continuamente, las peleas verbales con otros niños, los cartoncitos de fidelidad que te entregaban los dueños de los locales, la llegada del Super UFO a uno de los locales y que por intermedio de ese artilugio la Super Nintendo cargaba juegos desde disquetes y por supuesto, la compañía de mis primos. Ir al “super” era pues, sinónimo de ir a jugar videojuegos.

Finalmente, años después, mis padres me regalaron una Super Nintendo. En 1998. El mismo año que salió la Nintendo 64 en estos lares junto a la Playstation. Empero, la alegría que tuve al verla por primera vez aquella navidad bajo el árbol de plástico, es inolvidable. Así, mi primera consola de videojuegos fue una Super Nintendo Jr., que venía con el Super Mario World. Pero del mismo modo como mis padres se tomaron su tiempo para obsequiarme la segunda consola de sobremesa de Nintendo, tan o más tardaron en regalarme más juegos. Super Bomberman 2 y Killer Instinct figuran entre los originales que pudieron obsequiarme. Tampoco es que haya tenido tantos “cartuchos copia” pero sí podría decir que fueron al menos 4, con juegos como Congo’s Caper, Super Bomberman 3, Mortal Kombat 3, Mickey y Donald… Sin embargo, ya el furor por la Super Nintendo había descendido sobremanera en mi círculo de amigos y familiares de mi edad, siendo la Playstation la favorita de muchos. Recuerdo haberme rehusado cientos de veces a dar el cambio generacional y, quizá por esa terquedad, mi habilidad para los juegos competitivos de la primera consola de Sony siempre fue patética.

Ya estando en la universidad (imagínense todo el tiempo que pasó), volví a darle una mirada a los videojuegos. Los había abandonado junto a mi Super Nintendo. Y poco a poco fui comprándole más juegos, divirtiéndome con títulos que me perdí de niño como The Legend of Zelda: A Link to the Past, Chrono Trigger, Super Metroid, Kirby Super Star, Super Mario RPG, entre otros. Gracias a este buen sabor de boca que tuve tras casi 10 años de haberme desligado de los videojuegos, decidí entrar de lleno a él, comprándome, en primera instancia, todas las consolas de Nintendo. Hoy por hoy tengo como colección más de 20 consolas de diversas compañías, pero fue por la Super Nintendo que todo empezó, se cayó y volvió a empezar. Por eso, desde esta pequeña columna, agradezco a todos los que estuvieron detrás de su desarrollo. Felices 25 años, Super Nintendo, aún hoy sigues siendo importante para la industria.

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Mi colección. Veo esto y me duele el bolsillo.


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